La psicóloga y coach Sonia Díaz, experta en gestión de la ira, explica que no es casualidad que tantas broncas empiecen entre fogones.
Por un lado, influye algo tan básico como el hambre: cuando llevamos mucho tiempo sin comer, baja la glucosa y la corteza prefrontal, responsable del autocontrol, se desconecta un poco. En ese estado, es mucho más fácil saltar por cualquier cosa.
A esto se suma que la cocina suele ser una de las zonas más caóticas de la casa. El desorden visual genera estrés y frustración, porque el cerebro lo percibe como una amenaza. Si a eso le añadimos el cansancio y las prisas, el resultado es un cóctel perfecto para discutir.
Díaz señala que el enfado suele aparecer justo cuando estamos agotados, con hambre y deseando desconectar. En ese momento, la irritabilidad y la sensación de carga mental se disparan.
La clave, dice la experta, está en cambiar el enfoque: no atacar a la otra persona, sino centrarse en el problema real. Antes de reaccionar, conviene preguntarse:
“¿Estoy hablando del problema o estoy atacando a la persona?”
Esa simple reflexión puede marcar la diferencia entre reprochar y pedir realmente lo que necesitamos.